domingo, 4 de marzo de 2012

Ella

Foto por: Santiago Galeano

Nunca nada la exasperó tanto como la lluvia. Prefería no salir de su casa cuando se asomaban de los nubarrones pequeñas y finas gotas de llovizna que, mecidas por el viento, caían esa tarde suavemente sobre los rostros de los allí presentes. Tan atroz suceso natural a sus ojos acudía con cierta ironía para su desgracia ese día. Jamás logró descifrar si era la humedad que la lluvia impregnaba sobre su tersa piel lo que lograba enervarla a tal grado de desesperación, pero sin duda esa sensación inesperada del contacto de la ropa con su cuerpo, que le generaba cierto cosquilleo incómodo, no era en lo absoluto de su agrado. Unos días atrás la atormentaba saber que insignificantes hilos de agua podrían ser suficientes para arruinar sus caras ropas de alpaca, su abrigo de visón, sus zapatos de piel de lagarto y su cartera de colección. 

Después de horas tras el tocador, había decidido no salir esa noche de su casa. Había algo en el viento, cierto olor y sensación que delataban la llegada de la lluvia y eso había sido suficiente para que ella tomase tal decisión. Ahora estaba recostada sobre terciopelo violeta y no sobre los cientos de hilos de algodón egipcio que conformaban una delgada sábana con la que cubría su colchón, que alguna vez reposó sobre un sencillo y rudimentario catre metálico en la esquina de una muy oscura habitación. Nadie la lloraba esa tarde. Un párroco repetía unas frases en latín que solo una persona dentro de la ínfima multitud lograba entender. Se oían ciertos rumores sobre lo que le había sucedido, que sin duda coincidía con la explosión de una fábrica de químicos abandonada desde aquella guerra, que estaba ubicada a unas cuantas cuadras del bullicioso centro de la ciudad. Muchos afirmaban ya con increíble vehemencia que era ese su lugar de residencia tras lo ocurrido con su familia. Una ágil gota de agua no más grande que un ácaro, sus compañeros nocturnos de hace años, lograba escabullirse entre la tierra, traspasando la caoba y luego el terciopelo, para recorrer su piel lacerada, desgarrada y fundida con sus ropas que ahora no se diferenciaban de las de un vagabundo. 

La gota recorrió su rostro para llegar a su brazo, después de pasar por su delgado cuello y allí toparse con una esclava de oro a la altura de su delicada muñeca izquierda, dejando entrever una inscripción que decía Bvlgari, que ella tanto protegió del contacto con los químicos de su imitación de Channel Nr. 5, que sabía la volverían más opaca. Pero, ¿quién era ella? Todos e incluso ella lo habían olvidado.   

Santiago Galeano H.    

No hay comentarios:

Publicar un comentario