sábado, 19 de mayo de 2012

Los cubículos


Cubículos en la Escuela de música de la Universidad Eafit de Medellín. Fotos por: Santiago Galeano H.

Son como las celdas de una penitenciaría. Son estrechos, no miden más de dos por dos metros. Aunque están uno al lado del otro, lo que pasa en uno no tiene incidencia en el otro. Ningún tipo de estímulo exterior puede interrumpir a los músicos en sus momentos de creación. Para este fin, los cubículos están aislados sonoramente y tienen solo dos pequeñas ventanas: una en la puerta que da al corredor y la otra en la pared opuesta a ella que da al exterior. Son un poco más grandes que una hoja de papel carta, por ellas no entra mucha luz y desde ellas no se puede observar mucho. 


Cada cubículo tiene un piano de pared negro con su respectivo banco. Caben apenas dos personas a lo sumo, generalmente un estudiante y un maestro. Tienen una iluminación interior blanca que genera una atmósfera pálida como de oficina. Las paredes son blancas también y tienen orificios redondeados hechos con mucha simetría, quizá para mejorar la acústica del lugar. Una cenefa a un cuarto de la altura del cubículo acentúa el espacio con un color opaco parecido al de los pianos. 

Los pálidos y cuadriculados cubículos, que producen una incómoda sensación de encierro, soledad y aislamiento, se llenan de colores cuando los estudiantes empiezan a interpretar piezas de Händel, Mozart, Bach y otros compositores. Cambian la atmósfera con sus notas, llenan el espacio de vida y el encierro físico pasa a un segundo plano cuando experimentan, en un momento de iluminación, una liberación mental en un mundo metafísico y fascinante: el de la música. Por desgracia el sonido no sale de allí. Sus producciones e interpretaciones pasan día a día desapercibidas por el grado de retiro e incomunicación de los cubículos. El mundo que configuran a través de las notas y a partir de las partituras es solo de ellos. Empiezan y terminan cuando lo decidan, crean y disfrutan a su antojo, pareciéndose a un "dios niño". 

Santiago Galeano H. 

Vapor de lodo


Foto por: Santiago Galeano H. 

Vivimos inmersos en vapor de lodo. Creemos que al tener más seremos más felices y en ese preocupante afán de conseguir un incremento en lo material perdemos nuestros sueños. Estando en la tierra no los tomamos en nuestras manos y los dejamos manchar de barro. Nuestros proyectos y anhelos se evaporan del piso después de contaminados, levantándose para disiparse y confundirnos. Lo que aspiramos y en realidad buscamos, se separa en el aire a medida en que pasa el tiempo y cada vez se nos hace más difícil revertir el proceso y transformarlos en algo que podamos siquiera intentar capturar.

Nuestros sueños, lo que nos puede hacer felices, se fraccionan en el aire. En forma de partículas se hacen más difíciles de perseguir y se extravían en forma constante. Intentamos mirar hacia arriba para clarificar qué hacer con nuestras vidas pero solo nos despistamos. Nos desorientamos entre las partículas contaminadas de los sueños propios, mezcladas con las de otros. Las respiramos y nuestra piel es permeable a ellas pero no es lo que necesitamos. Nunca estaremos complacidos y menos satisfechos si seguimos con esto.

El escritor uruguayo Eduardo Galeano nos propone en una gran parte de su producción, el disipar el vapor de lodo que se ha formado a nuestro alrededor. Ese vapor proveniente de la evaporación tras la contaminación de los sueños de las personas que conforman la sociedad. En esencia, explica que nunca podremos estar satisfechos sin antes lograr aclarar el vapor para ver las partículas que pertenecen a nuestros sueños y dejar de respirar en un proceso mecánico las de los demás, igual de descuidadas.

Recitando en un trabajo audiovisual un extracto de su texto El derecho al delirio plantea la siguiente pregunta: "¿Qué tal si clavamos los ojos más allá de la infamia para adivinar otro mundo posible?". La infamia es el vapor de lodo que al mirarlo asumimos como nuestro sueño: tener cada vez más sin necesariamente perseguir nuestra felicidad.  Galeano nos propone que al ver las partículas de nuestros sueños debemos tomarlas, unirlas y no dejarlas en el piso contaminándose. Al hacer esto, como bien lo dice, "la muerte y el dinero perderán sus poderes". No lucharemos por más bienes sino por nuestra felicidad y no temeremos morir si hemos vivido felices y con tranquilidad. 

Si todos hacen lo mismo viviríamos en una utopía en la que explica que "nadie vivirá para trabajar, pero todos trabajaremos para vivir". Declara además que en este mundo ideal donde todos busquen sus sueños, las personas que viven por vivir y no más, estarán cometiendo un delito. Así, explica el autor, por fin se podrá diferenciar entre nivel de vida y nivel de consumo, y también entre calidad de vida y cantidad de consumo.

Ya las ciudades no serán "cementerios para los obreros (…) reclutados a cambio de moneditas" (como el autor se refiere a una ciudad en su obra Úselo y tírelo) sino lugares facilitadores del hallazgo de los sueños propios y no donde van a morir evaporándose separados en el aire. Y en un mundo así podremos intentar mantener las partículas de nuestros sueños entre nuestros dedos, moldeando nuestra felicidad para poder afirmar, pero ya con seguridad real: "siempre he escuchado decir que el dinero no produce la felicidad" y no en el tono que Galeano lo manifiesta en su libro Patas arriba

El sueño más grande y difícil de alcanzar del ser humano de hoy es el de poder distinguir las partículas de sus sueños entre el vapor de lodo que lo rodea. Diferenciar entre las partículas de los sueños de los demás de las de uno, tomarlas y hacerse cargo del destino particular y no depender del dinero ni temer a la muerte. Y como muchos repiten: no tengas la felicidad como meta, sino como forma de encarar la vida; como forma para moldear tus sueños, como el limpiador por excelencia de la suciedad que nos impide realizarlos. 

Santiago Galeano H. 

Bibliografía

Internet:
  • GALEANO, Eduardo. Utopía: recital de un extracto de su texto El derecho al delirio en el programa Singulars de TV3. Publicado en YouTube. Internet: <http://www.youtube.com/watch?v=lNxafgc9Z48&feature=related> Duración: 5:25. (Consulta: 5 de mayo de 2012)
Libros: 
  • GALEANO, Eduardo. Patas arriba: La escuela del mundo al revés. Primera edición. España: TM Editores, 1999. 365 p.   
  • GALEANO, Eduardo. Úselo y tírelo: el mundo del fin del mileno visto desde una ecología latinoamericana. Tercera edición. Argentina: Editorial Planeta Argentina, 1996. 184 p.  

Zapatos


Centro de Medellín. Foto por: Santiago Galeano H. 

Mi mirada va al piso con frecuencia. Siempre ha sido así y no es inseguridad, temor o desequilibrio emocional. Muchos lo relacionarían con la modestia digna del más noble, pero tampoco es mi caso. Desde que recuerdo he creído con la mayor vehemencia que mirar a los zapatos de alguien es casi equivalente a mirar a sus ojos. Pero… tiene algunas ventajas: el otro no puede sorprenderte analizándolo; no hay forma en que te intimide el regreso de su mirada correspondiendo a la tuya; uno puede juzgar sin sentirse juzgado. Es muy fácil huirle a unos pies, pero de la mirada es casi imposible escapar con rapidez. Me ha pasado que cuando le huyo a una mirada (ya sea por cobardía o simple rechazo) las repercusiones son de esperar. Huirle a una mirada es darle a alguien algo de qué hablar: sobre mí y mi personalidad; sobre cómo es mi carácter y cómo me comporto en ciertas situaciones. Lo anterior no me interesa en lo más mínimo; mi ventaja ante los demás radica en que puedo descifrar a las personas y obtener de ellas información sin que siquiera lo noten y sin tener que retribuirles con una parte de lo que soy. 

Los zapatos dicen mucho de lo que uno es como persona y tengo una enorme fascinación por ellos. Los colecciono y los inspecciono. Amo la manera en cómo aparecen ante mí: sensibles como los bigotes de un gato puestos cerca del calor. Son sensibles a ser descifrados y me dicen mucho más a mí que a un experto en moda. Ellos podrán describir el color, el material, el tipo de costuras y texturas, unos incluso descubrirán el diseñador y el año en que el modelo salió con solo mirarlos de reojo; pero yo sabré también con un simple vistazo historias de vida y estados de ánimo. Son los zapatos y la manera en cómo la gente los usa lo que me permite estar un paso adelante de ellos. Gracias a esta habilidad (si así se le puede llamar) puedo controlar en cierta forma mi destino en la medida en que me ha ayudado a evitar determinadas personas. Teóricos de la comunicación como Goffman sostienen que es en el encuentro con otros en donde logro conocerme. Conocerme de verdad en realidad me atemoriza y por eso no me gusta abrirme a nadie. Me rodeo solo de personas que acepten la concepción que yo tengo de mí mismo y la tomen como la suya propia; encontrar esto en alguien es solo posible mirando sus zapatos. 

Esa mañana subía las escaleras del metro de la ciudad. Me hubiera gustado haber escrito como un escritor inglés que descendía las escaleras al subterráneo, pero no: estoy en Medellín. Eran muchos más quienes descendían. Ví unos apretados tacones que con dificultad tomaban escalón por escalón. Pertenecían a Alina, una secretaria que se dirigía esa mañana a su trabajo. Tenía 26 años, aún vivía con su madre y su abuela, y tenía más de una decena de deudas en joyas compradas por catálogo. Apretadas estaban también sus aspiraciones y en cierto modo me alegré por ella. No se decepcionaría mucho en el transcurso de su vida, próxima a acabar por un cáncer ya en etapa de metástasis si todo continuaba en su vida como me lo develaban esos angostos tacones negros en cuero. Pasó a mi lado sin notar mi presencia y pude seguir de largo sin mirar su rostro pero sabiendo quién era. 

Terminando la escalera estaban inmóviles unos simples tenis oscuros de imitación. Carlos no tenía trabajo hace meses y eso lo mortificaba. Su mujer no sabía de la situación y él se empeñaba en escondérsela tomando el metro hacia el sur al igual que lo hacía cuando era el responsable de las entradas y salidas de un conjunto residencial en el otro polo de la ciudad, sirviéndole al otro polo de la sociedad. A mí no me escondía nada… Sabía de su mirada perdido en el horizonte, intranquila y abstraída, pero nunca lo miré. Después de unos minutos llegué al centro de la ciudad. Todo era demasiado aburrido: zapatos en su mayoría oscuros, algo desgastados y muchos en cuero solo evidenciaban vidas muy diferentes en la forma pero no realmente en el fondo. No es tan fácil ser de verdad diferente en un mundo en el que todo lo que hacemos como mínimo se asemeja a algo ya existente, y más cuando todos continuamos una línea tan similar en nuestras vidas. 

En la mitad del pasaje peatonal Carabobo se encontraba tendida en el piso una mujer. Mi atención se centró e inmediato en ella. Buscaba desesperadamente sus zapatos pero no tenía. Me inquietó. Pensé seguir caminando sin inmutarme pero no pude y me di vuelta. La examiné con mucho detenimiento. Tenía malformaciones en sus pies y no era para ella posible usar zapatos. Seguí recorriendo su cuerpo con mis ojos para encontrarme con que las malformaciones se repetían en sus brazos. Sin temor la miré a su rostro. Su mirada fue increíblemente dulce y sincera, no pensé en rehuirla en ningún momento. Después de unos segundo saqué de mi billetera dos mil pesos y los deposité en un recipiente que tenía destinado para recibir de las transeúntes una ayuda. Me bendijo y continué con mi camino. No hubiera sido correcto darle ese dinero en otras circunstancias, pero en este país en el que todos podemos afirmar que para gente que no pueda ponerse unos zapatos no hay ningún tipo de oportunidad, darle esos pesos era necesario y lo sentí como mi obligación. 

Al caminar otros pasos y a pesar de estar rodeado de múltiples oscuros zapatos, me di cuenta que estaba solo otra vez. No pude evitar entrar al centro comercial Palacio Nacional, de vitrinas llenas de zapatos esperando a un dueño que les regalara una historia y los dotara de un significado. Hasta tanto no fueran usados no me dirían nada. Seguí caminando ya con mi mirada no al piso sino perdida entre los edificios que en el lugar crean contrastes inimaginables. Pensaba, entretanto, en que al fin y al cabo el mundo es como un zapato: una superficie que se intenta mantener limpia e intacta mientras reposa sobre una amplia suela pisoteada a diario. Yo, aunque mantengo bien mis zapatos, los renuevo en un gran cambio cada cierto tiempo, algo que el mundo quizá esté precisando.   

Santiago Galeano H. 

¿Pueblito Paisa?


Foto vista en: medellin.travel

Se sentó en la misma banca de siempre, una que no mirara a la iglesia. Por alguna razón siempre lo desesperó que no estuviera en todo el centro, sino corrida hacia la izquierda. Ya no se acordaba por qué, pero era allí el único lugar en donde se sentía cómodo. Miró hacia el horizonte y recordó que nada era real. La silueta ciertamente parecida a un cartón de leche o a una aguja del edificio más alto del centro de la ciudad le evocó el lugar que habitaba ya hace tantos años. Su banca, empotrada entre huertas falsas, estaba pensada para una sola persona. Había otra al lado pero nunca nadie lo acompañaba. Intentó llorar pero no pudo. Miró sus manos y poco a poco se fue desmoronando hasta morir.

El último bus de escalera partía del pueblo en solo minutos. No vendrían más en nadie sabe cuántos meses. Apresuradamente tomó las pocas cosas que había guardado desde la noche anterior en un costal. Se limpió en su camiseta las manos sucias de tierra, después de ayudarle a su padre por última vez a arar, besó a su madre en la mejilla y corrió hacia el bus. Llegó a la plaza; la chiva esperaba frente a la iglesia milimétricamente centrada. Aspiró el aire fresco del campo y con nostalgia subió al bus y partió hacia la ciudad de la que todos hablaban, la que le daría un mejor porvenir. 

Sus pies cansados cargaban años de monotonía e inconformidad. Subía lentamente por el pavimento en esa fría tarde y para él no eran motivo de preocupación las arrugas que el tiempo había ido forjando en su rostro: entre y sobre las cejas, de estrés, de angustia, de desesperación. Quizá por estas mismas arrugas casi nadie se le acercaba ya. Meditabundo, trataba en el recorrido de recordar algo que ya no era muy claro. 

Después de 20 años regresó para darse cuenta de que su padre ya no vivía y su madre estaba postrada en la cama a causa de una extraña enfermedad que no se había visto antes en el pueblo y ningún médico o curandero sabía como enfrentar. Se acercó con sigilo al borde del colchón y sorprendió los ojos verdes de su madre, brillantes como cristales, entreabrirse. Sonrió y él la tomó de la mano. 
- ¿Eres feliz?- le preguntó.
- Sí mamá, sí. 
- Eso es lo importante -le dijo para volver a su sueño, ahora por siempre.
Él sabía que le había mentido, pero eso no lo compartía con nadie. 

Miró sus manos y poco a poco se fue desmoronando hasta morir. Desde un balcón de madera pintado de naranja lo observaban dos meseras de un restaurante que intenta reproducir la comida típica antioqueña de una muy infortunada manera.   
- Se volvió a quedar dormido -dijo una.
- Pero hoy sin antes llorar -replicó la otra. 
Horas después se hizo el levantamiento del cadáver y se determinaron causas naturales. 

Al mirar sus manos no las reconoció. Estaban desgastadas, sí. Debilitadas por los oficios, pero algo no lo dejaba tranquilo consigo mismo. ¿Por qué, si durante su vida había arado, había cultivado y había cosechado, respirando el aire puro de su campo, no tenía las marcas características de las palas y de las riendas? Esas no eran sus manos, no eran las manos que denotaban los oficios que le habían hecho feliz. Les dio vuelta para reconocer un cayo sobre su dedo anular derecho. Allí apoyaba su pluma al escribir, pero ¿qué tanto pudo haber escrito entre sus cultivos? Aspiró con fuerza un aire pesado por la polución de la ciudad y cerró sus ojos para soñar junto a su mamá.    

Santiago Galeano H. 

Comentario de la película "La piel que habito"


Foto: página oficial de la película

Tuve la oportunidad de ver la película "La piel que habito", dirigida por el español Pedro Almodóvar con su productora El Deseo. Con una intrincada acción, un espectacular guión y una magistral dirección logró mantenerme esta película encadenado, minuto a minuto, a cada uno de los numerosos giros narrativos de la trama. Estos giros, muchas veces inesperados, enriquecen la experiencia del espectador al sentarse a ver esta producción. Repentinos, fortuitos y sin razones aparentes se nos van mostrando poco a poco unos sucesos que configurarán un escenario perfecto para el singular (aunque en cierto modo esperado) desenlace de la historia. Después de llegar a mi casa de una comida familiar decidí ver un fragmento de esta película que mi padre hubiese comprado hace algunos días para quedarme dormido. Estuve desde aproximadamente las doce de la noche hasta las tres de la mañana en función de la película, ávido de conocer el final y siempre atento a lo que sucedía. 

Leyendo un poco más sobre la película (como se podrán haber dado cuenta, no me conformé con solo verla) me entero de que su rodaje finalizó en el 2010 y fue estrenada el 2 de septiembre de 2011. Es el decimoctavo largometraje de Almodóvar y fue merecedor de varios galardones, entre ellos cuatro premios Goya. El guión fue desarrollado por Pedro Almodóvar, con la colaboración de Agustín (su hermano) y basado en la novela "Tarántula" de Thierry Jonquet. El guión, de acuerdo con una pequeña sinopsis que leí de la obra de Jonquet, diverge en varios aspectos importantes de la novela, logrando empero conservar su esencia.  

Me parece importante rescatar de esta película, entre otras cosas, la dirección de fotografía. José Luis Alcaine fue el responsable de dejar grabada en mi memoria una imagen en especial: la protagonista logra en una posición de yoga una alineación perfecta entre su pierna y su brazo. La hace con la ayuda de un cubo de madera (que me hace dudar de la experiencia en yoga de la actriz), pero al ver como logra tal alineación todas mis dudas se disipan y solo me quedo pasmado frente a la pantalla para contemplar la excelencia de la posición. La composición de armonía fría y múltiples líneas de la imagen permitieron a ese momento en particular quedarse grabado en mi memoria. 

También es peculiar ver a Antonio Banderas (en el papel del protagonista) actuar durante toda la película hablando en español. Es usual verlo en otras superproducciones de Hollywood ejecutando papeles dentro de un estereotipo de galán latino, pero en esta producción (en la que es un reconocido doctor español) no pierde su capacidad interpretativa por adentrarse en otro tipo de roles que no son dominantes en su carrera como actor. Los demás miembros del reparto sustentan la actuación de Banderas con interpretaciones muy valiosas y forman un universo de ficción muy cercano a algo real.  

El vestuario también es meritorio de asombro. Paco Delgado fue el encargado y tuvo la colaboración del muy reconocido diseñador Jean-Paul Gaultier. Este ingrediente permite materializar muchos elementos de la novela, como la piel que logra sintetizar este un tanto loco doctor. El maquillaje, la música y los efectos sonoros, el montaje y la peluquería son de una alta calidad al igual que los otros elementos antes mencionados.

Con tantas fuerzas trabajadoras excelentes puestas en conjunto era difícil no lograr un muy buen producto final. Es por lo último que el 5 de septiembre de 2011 esta película alcanzó en España la segunda posición en taquilla con 1,2 millones de euros recaudados. Solo me queda abstenerme a hacerles un resumen de la película para que puedan tener la misma experiencia que yo tuve al verla por primera vez. Se las recomiendo y espero encuentren en esta obra otras particularidades que merezcan ser exaltadas.

Santiago Galeano H. 

Bibliografía:
 - http://www.lapielquehabito.com/info.php (8.04.2012)
- http://www.vanitatis.com/television/2011/almodovar-alcanza-segunda-posicion-taquilla-20110905-15638.html (8.04.2012)
- http://es.wikipedia.org/wiki/La_piel_que_habito (8.04.2012)
- http://www.lecturalia.com/libro/43477/tarantula (8.04.2012)

miércoles, 28 de marzo de 2012

Resumen de "El día que envenenaron a Chiquinquirá" por Daniel Samper Pizano

Chiquinquirá, Colombia. Foto por: Carmen Helena Gómez  

La narración transcurre el día sábado 25 de noviembre de 1967. Chiquinquirá, un pueblo de unos 28 mil habitantes, es objeto de peregrinajes (porque se dice que la Virgen se apareció en la choza de una anciana, en donde posteriormente se edificaría una basílica) y famoso por sus diez fábricas de instrumentos musicales. Antes de las ocho se produjo un suceso que dictó que algo anormal sucedía: uno de los colegiales que se dirigía a la ceremonia se desplomó en la calle. 

Tres médicos y cinco enfermeras empezaron a hacerle frente a la emergencia: personas llegaban intoxicadas y había que hacerlas vomitar. Muchas llegaban sin conocimiento y fue cuando empezó a correr el rumor de que el agua estaba envenenada. Cuando alguien en el hospital, en donde se apiñaban varios en una sola cama, le dio un pedazo de pan a un pollo y lo vio morir al instante, surgió el rumor de que era el pan de la panadería Nutibara el que estaba envenenado. El dueño, Aurelio Fajardo, corrió con la noticia por todo el pueblo. Sus empleados, Juan Rangel (que comió 5 panes) y Joaquín Merchán (que comió 2), se dirigían poco después al hospital donde el segundo moriría. José Antonio Vargas, médico que ocupaba Secretaría de Salud de Boyacá, identificó que la harina había sido contaminada con folidol. 

Luis Alberto Rodríguez había perdido uno de 24 frascos del veneno que había mandado a traer de Bogotá para vender en su tienda Mi Granja. Se había roto por un mal transporte por parte de Transportes Mentoca y había impregnado los bultos de harina que venían debajo. Hacia las diez de la mañana el hospital ya no daba abasto y la gente empezaba a morir. Periodistas desde Bogotá llegaban a cubrir la noticia. Carlos Caicedo, fotógrafo de "El Tiempo", tomaba la foto que recorrería el mundo de un niño de 11 años que recibía una transfusión de suero.

Muchas familias sufrieron pérdidas: 65 fueron los muertos. Jesús Moreno tuvo que recibir ese día y el siguiente apoyo de tres obreros más y de soldados para enterrar a todos los fallecidos. El inspector y su agente, Benjamín Castro, iniciaban la investigación. El chofer del camión y el dueño de la panadería se encontraban ya detenidos. 

Cinco años después de la tragedia muchas cosas han cambiado: Aurelio Fajardo se trasladó a Bogotá y en donde era su casa ya no se vende pan; un edificio moderno ocupa ahora el lugar del hospital del pueblo; Mi Granja se trasladó y sigue vendiendo folidol; Transportes Mentonca desapareció y el chofer ahora tiene un negocio de maderas en Bogotá y maneja un buldózer; el fiscal de la Procuraduría, Carlos H. Mateus, nunca pudo probar que a los enfermos se les hubiera inyectado la sustancia contraindicada "bal" a los intoxicados; el médico que primero identificó la sustancia y que fue acusado por el toxicólogo Jaime Posada Valencia de haber usado "bal" trabaja ahora en el nuevo hospital; Luis Tirso sigue amaestrando animales. Los intoxicados se han debilitado por asma, pérdida del conocimiento y mareos; el proceso penal también, siendo los acusados liberados tras diez días de lo ocurrido y siendo el caso trasladado de Tunja a Chiquinquirá nuevamente. 

El pueblo ha tenido que olvidarse de la tragedia en la que murieron 61 niños, cuatro adultos y 165 personas estuvieron hospitalizadas; así como de la época de la Violencia y los sismos que afectaron la tranquilidad de los pobladores. El pueblo va cambiando físicamente a medida en que pasan los años. El Ministerio dictaminó que se deberían vender por separado los frascos de folidol, envasados en plástico y se tendría que proporcionar el antídoto equivalente a lo vendido; ninguna de estas medidas ha sido implementada.       

Santiago Galeano H. 

Versión libre de "Casa tomada" por Julio Cortázar (Relato radiofónico)

Julio Cortázar

domingo, 4 de marzo de 2012

Sus ojos y su mirada, el "punctum"

Foto por: Clara T. Hernández

Después de darme a la tarea de ojear álbumes familiares una foto por fin "logró escogerme". El cuerpo fotografiado me conquistó, en palabras de Barthes, "con sus propios rayos, y no con una luz subañadida". Por lo último los conocedores de la obra de Roland Barthes habrán podido deducir de antemano y sin necesidad de ver la fotografía, que esta es a blanco y negro.

Incurriendo un poco en su studium, la fotografía fue tomada hace casi 30 años atrás mientras a mi madre, el Spectrum, la preparaban para asistir al matrimonio de su hermana mayor. Cabe resaltar que entre las fotos del álbum, esta es una de las pocas que ocupa una página entera y se destaca entra otras más pequeñas a color. 

Barthes afirma que "reconocer el studium supone dar fatalmente con las intenciones del fotógrafo" y "me permite encontrar al Operator". La intención no aparece muy clara, mi madre aún no estaba lista y no existe motivo aparente por el cual fotografiarla en el proceso. Me entero después que fue tomada por la hermana menor de ella, con bases sólidas de fotografía por su carrera profesional y con cierto grado de romanticismo al tener a disposición 
cámaras a color y en lugar de eso decidir fotografiar "a la antigua". 

Mi madre sin duda es un Spectrum allí y posee "ese algo terrible que hay en toda fotografía: el retorno de lo muerto". Esa joven inquieta por su futuro, soltera, sin hijos y recién graduada ya no existe, pero regresa al presente mediante ese retrato. Me parece peculiarmente hermoso el hecho que el Spectrum de mi madre no se hubiera dado a la tarea de procurarse una pose y fue más bien capturada por sorpresa por el objetivo. 

Sus ojos y su mirada salen "a escena como una flecha y viene a punzarme", son el punctum. No es mi intención mirarlos, pero tampoco puedo evitarlo. Esa mirada que en ese momento denotaba quizá temor y cierta presión en ella al ver que ya su hermana se casaba y la idea de que posiblemente ella nunca lo haría la atormentaba, es ahora una mirada que usa conmigo para reprender pero también para querer. Ella cuenta que en ese momento solo podía estar feliz; alguien que amaba cumplía sus sueños y lo hacía con "un buen hombre que la quería". 

Como hizo Barthes con La cámara lúcida, también deseo con esta columna hacerle un homenaje a mi madre, por quien soy como soy, que siempre me apoyó y que ahora es mi todo. Ahora la joven de la foto es solo un recuerdo del pasado, que ha cambiado para ver su sueño de formar una familia realizado, sueño del que siento felicidad de pertenecer.


Santiago Galeano H. 

Navidad


Recuerdo aquella Navidad, fue sencillamente perfecta. Estábamos todos reunidos como nunca antes lo habíamos estado y quizá como nunca lo estaremos otra vez, o por lo menos así creo que fue. Algunas desavenencias con mis primos, como era habitual, no lograron arruinarme las memorias de esa noche. La pila de regalos lograba sobrepasar incluso las ramas más altas de aquel singular pino artificial de ramas desteñidas que se dejaba entrever sutilmente tras el papel envoltorio de maravillosos presentes. Incluso los que ya no eran pequeños esperaban con ansias y desmesurados sentimientos de anticipación poder revelar lo que tan atractivos diseños navideños escondían, pero a nadie le era permitido descubrir su obsequio antes de la cena y de que todos estuvieran sentados al rededor del árbol del que ya nada queda. 

Ignoraba el olor a pavo y pernil que provenía de la cocina mientras intentaba de reojo ver que paquete tenía mi nombre encima para tomarlo aventajadamente cuando estuviera ayudando a repartir los regalos. Eramos tantos que nos separaban en dos mesas, en una los grandes y en otra los más pequeños que con vehemencia negaban serlo. Creo recordar que en esa Navidad ya mi prima mayor no nos acompañaba y se había unido al séquito de mayores que pretendían disimular sus deseos de desnudar lo que escondían los envoltorios, quizá igual de fuertes a los míos. Como era costumbre en mi familia, no se sirvió el postre antes de que el último acabara de comer y no se entregó un regalo hasta que mi madre, que de seguro estaba terminándose un cigarrillo mientras contemplaba las hojas plateadas, aromáticas y redondeadas de un extraño eucalipto que hace años mi abuelo había sembrado, que después de muchos años había adquirido una forma increíblemente gruesa e intrincada. 

Al otro lado de la casa yo observaba sin entender muy bien cómo la hermana mayor de mi madre rompía en llanto al partir un trozo de chocolate suizo y dudaba en comerlo. Cada mordida le recordaba que quebrantaba una promesa, pero esa era su manera de aceptar que su padre no regresaría más. De seguro la memoria de mi abuela evocaba a mi abuelo también y casi lo puedo afirmar como si yo mismo hubiera estado pensando en él, puesto que sé que bajo la coraza de esa fuerte mujer que por tanto tiempo logró mantener a toda nuestra familia unida está un alma salpicada por la nostalgia de algo que le había sido arrebatado sin poder evitarlo. Y a pesar de todo, esa noche éramos felices. Yo desconocía o mas bien ignoraba el dolor que sentían muchos, pero por un momento todo fue alegría. Mientras recibíamos los regalos estábamos todos juntos. Entre bromas nos abrazábamos y nos agradecíamos, mas que por lo que habíamos obtenido, por la simple compañía que nos dábamos los unos a los otros. Hoy no recuerdo lo que recibí esa noche (creo fue mi primera fusta, roja y de tela que por tantos años usé), pero nunca olvidaré el regocijo que sentí al estar reunido con esas personas que tanto estimo.  


Santiago Galeano H. 

Ella

Foto por: Santiago Galeano

Nunca nada la exasperó tanto como la lluvia. Prefería no salir de su casa cuando se asomaban de los nubarrones pequeñas y finas gotas de llovizna que, mecidas por el viento, caían esa tarde suavemente sobre los rostros de los allí presentes. Tan atroz suceso natural a sus ojos acudía con cierta ironía para su desgracia ese día. Jamás logró descifrar si era la humedad que la lluvia impregnaba sobre su tersa piel lo que lograba enervarla a tal grado de desesperación, pero sin duda esa sensación inesperada del contacto de la ropa con su cuerpo, que le generaba cierto cosquilleo incómodo, no era en lo absoluto de su agrado. Unos días atrás la atormentaba saber que insignificantes hilos de agua podrían ser suficientes para arruinar sus caras ropas de alpaca, su abrigo de visón, sus zapatos de piel de lagarto y su cartera de colección. 

Después de horas tras el tocador, había decidido no salir esa noche de su casa. Había algo en el viento, cierto olor y sensación que delataban la llegada de la lluvia y eso había sido suficiente para que ella tomase tal decisión. Ahora estaba recostada sobre terciopelo violeta y no sobre los cientos de hilos de algodón egipcio que conformaban una delgada sábana con la que cubría su colchón, que alguna vez reposó sobre un sencillo y rudimentario catre metálico en la esquina de una muy oscura habitación. Nadie la lloraba esa tarde. Un párroco repetía unas frases en latín que solo una persona dentro de la ínfima multitud lograba entender. Se oían ciertos rumores sobre lo que le había sucedido, que sin duda coincidía con la explosión de una fábrica de químicos abandonada desde aquella guerra, que estaba ubicada a unas cuantas cuadras del bullicioso centro de la ciudad. Muchos afirmaban ya con increíble vehemencia que era ese su lugar de residencia tras lo ocurrido con su familia. Una ágil gota de agua no más grande que un ácaro, sus compañeros nocturnos de hace años, lograba escabullirse entre la tierra, traspasando la caoba y luego el terciopelo, para recorrer su piel lacerada, desgarrada y fundida con sus ropas que ahora no se diferenciaban de las de un vagabundo. 

La gota recorrió su rostro para llegar a su brazo, después de pasar por su delgado cuello y allí toparse con una esclava de oro a la altura de su delicada muñeca izquierda, dejando entrever una inscripción que decía Bvlgari, que ella tanto protegió del contacto con los químicos de su imitación de Channel Nr. 5, que sabía la volverían más opaca. Pero, ¿quién era ella? Todos e incluso ella lo habían olvidado.   

Santiago Galeano H.    

Santiago, hijo del Filósofo y Helena

Foto por: Fotomontajes Enfoque
I. Nora se convierte en Helena

Hace ya muchos años para los jóvenes, no necesariamente tantos para los viejos, y sin duda los requeridos para alcanzar en Colombia la mayoría de edad, nació alguien de quién hoy les voy a contar. Para el pesar de su madre, la unión matrimonial con el que fuese su profesor del postgrado, alrededor de unos once años mayor que ella, nunca fue en su totalidad apoyada por sus padres. El padre de Santiago no tenía el origen que los progenitores de su esposa hubieran esperado para aquel que decidiese desposar a una de sus hijas y su historia personal en lo absoluto le favorecía. Desertor de su nunca existente vocación de cura y para la época ya con una hija extramatrimonial, la cual años después se convertiría en la hermana mayor de nuestro protagonista, Javier, este un tanto loco filósofo se lanzó a la aventura de casarse con Nora, a quién a diferencia de él nunca nada le faltó y creció entre lujos. Un poco acomplejada por haber nacido entre la sombra de la primogénita de la familia y el único varón, Nora, una mujer que se mostraba independiente al exterior, pero llena de inseguridades en su interior, decidió seguir al amor de su vida tras casarse con él a la ciudad de Santiago de Chile, donde continuaría con sus estudios. Tras numerosos intentos fallidos de la pareja de concebir un hijo y convencidos de la incapacidad de ambos de procrear decidieron que al regresar a su país de origen adoptarían. Pero para su sorpresa, no mucho tiempo después, Nora fue sorprendida con la noticia de que estaba esperando a un pequeño varón. Todo transcurrió por esos días en Santiago con normalidad, hasta que unos meses después Nora entró en trabajo de parto, para enterarse de que su hijo podría morir lentamente dentro de su propio vientre si no se sometía a una cesárea, puesto que en su cuello estaba enredado el cordón umbilical. Tras un fatigoso procedimiento quirúrgico por fin nacía el primer hijo de la pareja, y aunque algo débil, decidieron llamarlo con un nombre grande, nombre de su ciudad de nacimiento e importantes personajes, Santiago. Algo en Nora había cambiado, pese a sus inseguridades y las constantes críticas de sus progenitores era ahora madre por su cuenta, era alguien, lejos de su hogar y raptada por un filósofo, se había convertido en Helena.

II. Helena es Yerma otra vez y el poco tormentoso comienzo de vida de Santiago

Tan solo unos meses después del nacimiento de su primer hijo, Helena se enteraba de que su padre había desaparecido en Colombia, víctima de un secuestro del que aún hoy no se tiene mucha claridad. Sin vacilar decidió volver a Colombia con Santiago. Esta vez era Javier quien meses después la seguía hacia otro país. Víctima del estrés, la ansiedad, los nervios y viviendo el día a día sobre una base de incertidumbre, las entrañas de Helena se secaron y no pudo amamantar a Santiago. El niño, sin ser consciente de lo que sucedía, era el foco de atención en la familia de su madre. Sin desearlo había llegado a llenar un vacío que el secuestro de Horacio, su abuelo materno, dejaba lleno de tristeza y dolor. Fue así como logró Santiago, sin siquiera darse cuenta, construir el rechazo de sus primos mayores, quienes envidiaban el trato que él recibía por parte de sus tías, abuela y todo aquel que se acercaba a la familia. Un tiempo después la "yerma" madre de Santiago concebía a una hermosa niña, delicada, pequeña y de ojos azules, quién se convertiría en la consentida de Javier. Santiago miraba con recelo a la niña que le había robado la atención de su padre, pero sin embargo en casa de la familia de su madre para él nada había cambiado. Es por esta época que empieza Santiago con sus estudios en un jardín infantil cerca de su casa en Santa María de los Ángeles. Inquieto, curioso, muy agresivo con sus compañeros y ávido de atención, iba creciendo este niño, desarrollando poco a poco su personalidad, bajo el constante cuidado de su madre.

III. El verdadero Mefistófeles de Santiago

Sus dos padres trabajaban y Santiago empezaba en el Colegio Alemán de Medellín a estudiar. Su madre había aplazado tanto el proceso de inscripción a algún colegio que era éste, gracias a algunos contactos, el único que lo recibiría. Había madurado, ya no mordía con tanta frecuencia a sus compañeros y esperaba el nacimiento de su próximo primo, hijo de su madrina, una de las personas que más lo consentía. Ya su madre y el chofer de ella no lo llevaban al colegio, sino que usaba el transporte que éste ofrecía, en el que fue víctima de muchas burlas y abusos por parte de los mayores, que poco a poco forjaron su carácter. No fue nada fácil para Santiago darse cuenta que era solo uno más como cualquier otro de sus compañeros para sus profesores del colegio. Aún peor fue para él ver como la atención de su familia viraba al recién nacido, por el cual no sentía nada diferente a lo que sus primos alguna vez sintieron hacia él. Santiago cambiaba y se volvía cada vez más tímido a medida en que veía como lo que conocía no se mantenía.

IV. La vida sigue para todos

La vida sigue para todos y para Santiago siguió cuando su tía y madrina decidió mudarse con su familia a Chile. Volvía a ser el centro de atención en su familia y se había convertido en un perfeccionista. No se conformaba con ser uno de los mejores de la clase y se esforzaba tanto como podía. Para él se convertían actividades como la natación y la equitación en su pasión, despertando el orgullo de sus familiares, quienes realizaban las mismas actividades. El violín para él era todo lo contrario. Por iniciativa propia decidió empezar a tocarlo para quedar encadenado a él obligado por sus padres casi por diez años. Se cansaba fácilmente de la gente y cambiaba de amistades con frecuencia.

V. "Antígonadelaida" y El Cambio

Su hermana Adelaida, la pequeña niña de ojos azules, había crecido para convertirse en un martirio. Determinada por su fuerte voluntad, hacía lo que le parecía, no escuchaba consejos, no seguía órdenes y se había convertido en un todo para los padres de Santiago. No fue nunca la mejor del colegio ni la favorita en la familia, lo que le generó frustración, la cual la manifestaba en forma de rebeldía en contra de lo establecido y toda figura de autoridad. Santiago no recuerda su cumpleaños número 14, pero hace tan solo unos días encontró una carta de su madre que decía lo siguiente: "Hace catorce años Papá y yo tuvimos el día más feliz de nuestra vida, pero hoy aunque no hicimos una fiesta que recordara este momento no quiere decir que no te amemos." Este hallazgo fue para él la más grande evidencia que algo lo había cambiado. Fue siempre un niño malcriado, llevado de su parecer, hambriento de atención, que siempre tuvo todo lo que quiso y nunca supo afrontar el rechazo. Sin duda alguna, su intercambio en Alemania fue el precursor de "El Cambio" en Santiago. A pesar de que tuvo mucha suerte con todo lo que allá vivió, esa experiencia por casi un año lo ayudó a reconocer el valor de lo que tenía y a apreciar a los que lo rodeaban. Volvió y la relación con todos los miembros de su familia mejoraba significativamente, sus amistades eran más duraderas. Estaba madurando y era más feliz.

VI. El presente para Santiago

Después de dos años de mucho esfuerzo haciendo el programa del Bachillerato Internacional ("IB") en su colegio, Santiago logra graduarse con uno de los mejores promedios de su grado, con 33 puntos en el diploma IB y con lo que es más importante aún, muchas amistades para toda la vida. Escogió el pregrado en Comunicación Social en la Universidad Eafit de Medellín, en contra de la voluntad de su madre y su abuela. Está considerando empezar una segunda carrera, que sería Ciencias Políticas, que también le llama mucho la atención. Ya no hace equitación luego de un accidente que para él significó tres intervenciones quirúrgicas, aún nada pero nunca con la frecuencia de antes y hace yoga cuando puede.

Referencias literarias: Helena de Esparta (folclore griego), "Yerma" de Federico García Lorca, Mefistófeles (folclore alemán), "Antígona" de Sófocles.

Santiago Galeano H.